martes, 30 de septiembre de 2008

Calixto Ling

En el pueblo le decían Don Listo, no era su nombre, más bien se llamaba Calixto, lo extraño en tanto era que tenía apellido chino y nombre en castellano. Su padre era chino, el nombre lo escogió la madre, que de seguro así se llamaba algún pariente. Ya medio arrastraba los pies, se veía más viejito que nadie y le temblaban las manos, los de la imprenta decían que tenia la enfermedad de la maraca, pero eso sí, cuando pasaba por ahí lo saludaban con supuesto respeto. Era un jueves más, llevaba la carta de cada semana al buzón de la esquina, afuera de la botica. Ahí mismo compraba una estampilla. Llegaba, se quedaba un rato parado, se sostenía de la pared, volteaba siempre para el lado del templo, esperaba a que dejaran de sonar las campanas de la misa de las seis y depositaba la carta. No tenía domicilio, en el sobre sólo decía: Angelita. De ahí se iba hasta el malecón donde se quedaba buen rato, hasta que el sol se ocultaba enterito, se quedaba viendo a lo lejos, parecía que tenía los ojos cerrados, pero como era chino por sus ojos rasgados no se sabía si los tenía más o menos cerrados o bien abiertos, se devolvía por donde mismo, arrastrando los pies, temblando las manos, se detenía y veía de nuevo el mar, parecía que uno al otro tuvieran algo que decirse, había una duda entre los dos y una deuda para Don Listo, desde ese jueves del cuarenta y tres, cuando azotó el huracán, que lo dejó solo, sin Angelita. El decía que por ser la más guapa, el mar envidiaba que tuviera a la mujer más chula del pueblo, era alta, de piel blanca y el pelo negro, más negro que la noche, era de bonitos modos y hablaba pausado, creía que el mar la cortejaba y cuando el sol se ocultaba el mismo mar se vestía de dorado para que Angelita volteara a verlo.
Regresaba hasta su casa en el callejón de piedras, ya lisas de tanto pasar los carros y la gente que iban a la estación del tren. Enfrente estaba la cerrajería y atras la casita, con un patio donde estaba el naranjo. Ya de viejo ni cortaba las naranjas, el suelo parecía alfombra de fruta podrida picada por los pájaros, a veces venía el hijo de Don Suma a limpiar, -no se llamaba así, ese no era su nombre, era la mezcla de Jesús Manuel,- que se conocían desde niños. La cerrajería la puso su papá el chino de verdad, que llegó en un barco de la vieja China, traía el oficio de cerrajero, a Don Listo igual le decían “el cerrajero”, los más pelados “don llavero”, aparte que el chino de adeveras sabía otras cosas, muchas veces le preguntaban por remedios chinos a base de hierbas y agüitas tibias, que curaban todo. No cobraba por eso, sólo por lo de la cerrajería, el chino, padre de Don Listo, decía que prometió a su madre que nunca haría dinero de sus remedios, nunca, nunca se repetía cuando se alejaba el barco en el que llegó acá, "nunca, nunca pediré dinero por eso", decía mientras su madre se hacia más chiquita en el puerto hasta que se hizo un puntito y desapareció a lo lejos.
Don Listo esperaba a Angelita, dejaba la puerta de al lado de la cocina sin llave por si ella volvía, entrara. A veces cuando tomaba té, servia dos tazas, una para él y otra para ella, pero la de ella ahí se quedaba por días, hasta que se secaba.
Los lunes iba el cartero, con la carta para Angelita sin domicilio y la dejaba en el pequeño mostrador de la cerrajería o por debajo de la puerta, don Listo la tomaba, la veía por ambos lados y la guardaba en un baúl de madera fina y marfil que su padre trajo de la gran China. Cerrado con llave el baúl guardaba cientos de cartas que nunca llegaron a donde Angelita. Quizá un día volvería y entonces él le mostraría cada una de ellas.

A veces se asomaba por la ventana de la cocina y veía las naranjas en el suelo, le preocupaba que ella llegara y se molestara por no haberlas cortado a tiempo, salía, bajaba los escalones de la puerta y se agachaba recogiendo una, a veces dos, era tan viejo que ni eso podía hacer, entonces se quedaba ahí parado, dejaba caer las naranjas de sus manos y en palabras chinas espantaba a los pájaros.

A mediados de Mayo del treinta y cuatro, llego una empresa privada francesa para la construcción y continuación del ferrocarril, desde Chiriqui de Gamboa, al norte, pasando por San Juan, para terminar en Villa Trinidad. Todo eso causó gran revuelo, sentían que la modernidad había llegado por fin a Trinidad. Algunos tramos tenían estructuras provisionales, razón por la cual gobierno decidió dejar de una vez la línea férrea en mejores condiciones. Hubo que construir oficinas para los funcionarios y casas para los guardavías y las cuadrillas de constricción. Durante el tiempo que duró la reparación, Villa Trinidad se vio más ocupada que nunca, los comercios tuvieron mejores ventas y la cerrajería ni se diga. Fue ahí donde por vez primera Angelita, vio al director de la constructora, un francés alto, medía casi dos metros y tenía los ojos azules medio rasgados, no a lo chino, más bien a lo francés, quizá eso le gustó a ella, el hablaba buen español, sus visitas parecían coincidir con las de Angelita. Don Listo nunca tomó a mal eso, creía que tenía que ver por lo del tren. De ese modo, dando sus servicios como cerrajero sentía que aportaba algo al progreso.

22 de Agosto de 1935, así decía en la invitación de la boda de María de los Ángeles Quezada Romero y Calixto Ling Camargo. Casi todos, incluidos algunos de la constructora fueron a la misa y el banquete, hubo música de orquesta, -regalo del francés que en el tren trajo desde Chiriqui a los músicos.- De joven dicen que Don Listo hablaba poco, había que sacarle platica, pero ese día estaba contento. Angelita se veía más bonita que todas vestida de novia, con ese vestido que le trajeron desde San Juan de Guanipa. Ella y sus amigas fueron a la estación de tren para recoger la caja donde venía guardado con sumo cuidado. Entre todas llevaron la caja, a ratos muertas de la risa y a ratos en silencio, ese día se encontraron a Don Listo de frente por la misma banqueta, a gritos le dijeron que se apartara, que no debía ver el vestido, él sonreía y hacía caravanas obedeciendo.
El día de la boda todos comieron y brindaron, cuando los novios bailaron solos empezó a llover, entonces la fiesta se acabó, todos corrieron a resguardarse, los músicos cubrían sus instrumentos del agua, nadie se acordó del pastel que se quedo donde mismo, deshaciéndose con el aguacero.

Como regalo de boda, Don Listo le diò a Angelita un collar de perlas de verdad, el mismo lo mandó traer desde China. Ella quedó sorprendida, nunca antes había visto algo así. Ese collar solo lo usaba en ocasiones especiales o para la misa de Domingo de Pascua. Le habían dicho que valía mucho dinero, con más razón lo cuidaba, una vez le preguntó a don Listo cuanto había gastado en las perlas, él nunca se lo dijo, solo le respondió que los regalos no llevan precio.
En cierto modo todos apreciaban a Don Listo, aunque siempre lo vieron como extranjero, para algunos no era bien visto que tuviera treinta años más de edad que ella, quien el día de la boda estaba por cumplir veintidós. Quizá el hecho de que su padre, el de los remedios, ayudó a tanta gente le valía el perdón de casarse con Angelita siendo ella tan joven, otros creían quizá así era la costumbre de casarse en China.


El año del huracán, mejor dicho el día, el ayuntamiento avisó, que todos podían abordar el tren que sería usado como medida de seguridad para llevarlos hasta San Juan de Guanipa. Don Listo salió corriendo a buscar a Angelita, corría contra viento, llamándola por su nombre, pero el viento se llevaba su voz y parecía que le gritaba en mudo, la encontró abrazada a un árbol frente al malecón, se le ocurrió volverse por la camioneta, le dijo que lo esperara ahí, para después irse hasta San Juan, como pudo llegó a la cerrajería, por doquier había árboles, letreros y postes de luz en el suelo, lo mismo que casas con vidrios rotos y gente corriendo a la estación, algunos se resguardaron en el templo y otros en los techos de sus casas. De regreso ya no estaba Angelita, el agua cubría todo el malecón y enormes olas se estrellaban contra casas y comercios, ¡Sí que estaba enojado el mar! Que embravecido destrozó todo, a Don Listo no le quedó más que volverse a su casa, pero por miedo también se refugió en el templo donde había cientos de personas, niños llorando y mujeres rezando. Esa noche nadie pudo dormir nadita siquiera, en cuanto amaneció Don Listo salió al malecón buscando a Angelita, preguntaba por ella en las calles, nadie la había visto, alguien le dijo que fuera a la estación de tren, donde tenían una lista de nombres de los que se habían ido a San Juan, pero ella no estaba anotada. No había comunicación, ni por teléfono, ni telegrama, además que las vías estaban destruidas casi para llegar a Villa Trinidad, así que el tren no llegaba a la estación. Los que volvieron lo hicieron caminado. Don Listo atento buscó a Angelita entre la gente, preguntó por ella pero nadie la había visto, se quedó en la estación sentado hasta que se le hizo de noche, le pidieron que volviera a su casa, que si sabían algo le avisarían cuanto antes. Al día siguiente regresó, pero nada.
Desde entonces se volvió ermitaño y de pocas palabras, estaba convencido que el mar se había llevado a Angelita.
Días después alguien gritaba por la calle que aparecieron dos muertos en la playa, Don Listo fue corriendo donde estaban los cuerpos, conforme se acercaba su corazón latía más de prisa, parecía que se le iba a salir, se abrió paso entre los curiosos llevándose la mano a la boca, era una mujer y un hombre, pero no era ella, nadie reconoció a los cadáveres, entonces regresa. Se desvió al malecón, creía que si el mar se había robado a su mujer, podía aparecer como los otros dos muertos, sintió coraje de ver como el mar iba y venia en sus olas como si nada, después de todo lo que había hecho, ¡mar asesino, ladrón de todo y cínico además! Cerro los puños de sus manos, apretó la mandíbula conteniendo sus ganas de llorar, bajo la cabeza y volvió por donde mismo.
Como se le fueron juntando las palabras, decidió escribirle cartas a Angelita, contando todo lo que pasaba y hacía cada día…Así pasaron los años.

En nombre del progreso a principios de los años sesenta quedó la nueva carretera desde Villa Trinidad hasta Chiriqui de Gamboa, pasando por San Juan de Guanipa, seiscientos treinta y cinco kilómetros de camino de asfalto. Don Listo fue invitado por el Ayuntamiento de Trinidad a la Asamblea de Representantes de Provincias, celebrada en Chiriqui de Gamboa, precedida por el presidente de la república. Todo Chiriqui se vistió de fiesta. Calixto Ling quedó sorprendido de lo rápido que iban los autos en la carretera. Después del discurso de apertura del presidente de la nación, procedieron a los festejos en la Plaza Mayor. Para él todo aquello era como nuevo, tanta gente en un mismo lugar.
Fue entonces cuando no esperaba ni por veinte años de ausencia, que por casualidad, se encontraría de frente con ella, era la misma, su cabello igual que la noche y el collar de perlas, iba del brazo del francés, aun dudando le habló por su nombre-¿Angelita?- ella le contestó igual –Calixto- se va entonces por entre la gente, dejándolo ahí parado, fue como si se abriera la tierra ¡Era ella!, el haberlo llamado por su nombre no dejaba lugar a duda. Desde aquel día que le pidió lo esperara para irse hasta San Juan, hasta ese momento parecieron solo horas de diferencia. Dicen que Don Listo le pidió al alcalde lo regresara a Villa Trinidad en el tren de la mañana, se fue sin dar explicación. Por días se encerró en su casa. No lo extrañaron, ya de por si era ermitaño. Un jueves salió, llevaba su camisa blanca de cuando se casó, sus zapatos negros sin haber atado el lazo, también su baúl de madera y marfil, llegó hasta el malecón, donde se puso a ver las cartas, eran cientos que nunca llegaron a su destino. Cuando tocaron la última campanada de la misa de las seis camino descalzo hasta la orilla de la playa cargando su baúl, hasta que lo cubrió el agua. Nadie volvió a verlo desde entonces. De no ser porque a la mañana siguiente llegaron entre las olas las cartas que flotaban, supieron que había pasado. Los que por ahí pasaban veían las olas de papel blanco, algunos por su cuenta salvaron todas las cartas que pudieron, avisaron al alcalde de lo ocurrido, quien ordenó clausurar la cerrajería y la casita. Fin






















viernes, 19 de septiembre de 2008

"un domingo cualquiera"


A la memoria de
Abigail Tayler-Fobes
1962-1997
y
Mary Tayler-Fobes
1917-1997

Abigail ve de nuevo la hora en su reloj digital 09:47.
Busca su asiento en el primer vagón del tren. Es lo mismo cada domingo, viajar por más de una hora de Chicago hasta South Bend, para ver a su madre en el asilo donde ahora vive.
El asiento continúo esta ocupado por una anciana.
Hoy, es de esos días en que no desea hablar con nadie, menos con ancianas extrañas que de seguro hablará de su mala salud como un castigo divino merecido, del mal clima y de cómo su esposo regresó de la guerra de Vietnam.
Una voz en la bocina anuncia la salida y la hora: 09:50, ve su reloj 09:52.
El tren avanza lento, afuera la gente parada parece moverse, como si se desplazaran a velocidad sin esfuerzo. Empieza a llover. Abigail ve a su alrededor, el vagón está casi lleno. El recorrido le es conocido y la mayoría de las veces aburrido, así es que decide leer “The Chicago Herald”, donde trabaja como periodista financiera. Mantener a su madre lejos de ella, en una ciudad cercana es lo mejor. Su enfermedad avanza rápido volviéndola una anciana atada a una silla de ruedas y cada vez más incapaz de escuchar, casi sorda.
11:20, el tren llega puntual como siempre. Los pasajeros bajan. Abigail toma un taxi, se dirige al conductor -Por favor al asilo St. Paul del 2532 de la Avenida Western.-De acuerdo- responde el chofer.
A su llegada es recibida por el director, quien la saluda y le pide hablar con ella antes de que se marche, ella acepta. Se dirige a recepción: Vengo de visita con Mary Tayler-Fobes. Si adelante, contesta la encargada.
Se dirige a donde su madre, esta vez la encuentra sola en la habitación, se acerca hablándole en voz baja, ella no responde, pone su mano sobre su hombro, entonces voltea, la anciana al verla llora. Abigail no entiende que pasa, la abraza. No pide ayuda a la enfermera de guardia, cree que llora por verla de nuevo, pero al mismo tiempo piensa que es un llanto que pregunta: ¿Por qué me has dejado aquí? Llévame contigo. Abigail supone las preguntas y al mismo tiempo las responde, en el fondo siente culpa. Llevarla de regreso a casa, para estar juntas, viajar o de vez en cuando ir al cine, no es posible, no es como antes.
La anciana deja de llorar y le dice: Vamos a casa, tengo cosas que hacer, cuidar mis plantas ¿recuerdas cuando niña, me ayudabas a plantar y después a regarlas? ¿Recuerdas cuando te llevaba al circo? Que tanto miedo le tenías a los leones. La anciana ríe al recordar, pero se ahoga en su risa, Abigail le da de tomar un poco de agua.
Mamá, es mejor que entres en la cama y descanses un poco. La anciana no la escucha. Toma las manos de Abigail entre las suyas, las besa y le dice: ¿Nena, recuerdas el día en que aprendiste a pasear en bicicleta? Si lo recuerdo. Contesta.
Abigail ve su reloj 12:03, es hora de comer, llama a la asistente para llevar a su madre al comedor. Comen juntas. Trata de entablar conversación, la anciana apenas la escucha y no responde. Es como hablar sola.
Decide usar su computadora personal. Su madre la observa y le pregunta: ¿Hija, has traído un televisor? Abigail esboza una sonrisa y contesta: No mamá, es otra cosa, termina tu comida.
Después de comer llama a la enfermera para llevar a su madre de regreso a la habitación.
-Mamá, es mejor que duermas un poco, mientras tanto estaré aquí leyendo.
-Hace frío
-Sí, te cubriré ahora.
-¿Recuerdas cuando te lleve de vacaciones a la playa?
-Sí, lo recuerdo
-Te gustaba tanto enterrarte en la arena diciendo que eras un cangrejo gigante-la anciana ríe-

Abigail ve su reloj: 14:45, decide volver a Chicago, aprovechando que su madre dormirá siesta.
Prefiere no despedirse. Se dirige a recepción preguntando por el director del hospicio, que le pidió hablar con ella.
-Disculpe ¿Puedo hablar con el Sr. James Failer?
-Lo siento, ahora no se encuentra, estará aquí en un par de horas.
-Bien, entonces hablare después con él, gracias.
-Si claro, de nada.

Toma un taxi a la estación, justo a tiempo para el tren de las 15:30. Empieza a llover. Ahora el asiento continuo esta vació. Mejor. Salida a tiempo. Mal clima. Nubarrones. Descargas eléctricas. Viento. Ve a través de la ventana. No le dio importancia al clima antes de salir de casa.
Mary, sola en su habitación se queda dormida. Sueña. Mary niña. Corre en la nieve. Se detiene. Corre de nuevo. Se detiene. Voltea a su alrededor, para ella los árboles cubiertos de nieve son soldados uniformados. Ejercito a su mando. Mary militar de guerra. Mary dormida suda frío. A la distancia escucha la voz de su madre que le dice: ¡Vamos te estamos esperando! Mary mujer. Corre en línea recta. Se detiene. Se da cuenta que esta en la orilla de un acantilado. La fuerza del viento pareciera empujarla al vació. Mary dormida respira por la boca, le cuesta trabajo, le falta el aire. Palidece. Escucha una voz de niña: ¡Vamos mamá, encuéntrame! Mary corre en dirección contraria, grita: ¿Abigail dónde estás?, sigue corriendo. Se detiene. Se encuentra parada en la vía del tren. Empieza a llover. El tren se acerca. El ruido de la locomotora la hace taparse los oídos. Mary se baja de la vía. Su corazón se acelera, cien latidos por minuto. Ve pasar los vagones vacíos. Silencio absoluto. En un vagón ve a Abigail que le sonríe y con la mano le dice adiós. Mary sufre contracciones musculares en su pecho. Su flujo sanguíneo se interrumpe. Su corazón se detiene. Mary muere dormida.

Abigail abordo en el tren cabecea. Se resiste al sueño, busca su bolso. Piensa que no está mal dormir un poco. El viaje será más corto. Se reacomoda en el asiento con los brazos cruzados. Respira hondo. El ruido constante de las ruedas sobre el riel de acero le agrada. Se queda dormida.

A 25 kilómetros de la estación una de las ruedas del tercer vagón se rompe. Algunos escuchan el estallido, después el ruido de un metal que arrastra provocando chispas. La lluvia arrecia. El tren continúa avanzando. Los vagones dos y tres empiezan a balancearse. Abigail despierta por los gritos de algunos pasajeros y al mismo tiempo sale catapultada contra el techo golpeándose en la cabeza. Siente calor, frió. En segundos los vagones son un gran cerro de acero. Se escuchan lamentos. Unos piden ayuda. Otros guardan silencio por siempre. Vidrios rotos. Sangre mezclada con lluvia.

“Un auto cruza la vía del tren provocando el accidente” dice el noticiero.
151 muertos. 70 heridos.

“Abigail te estamos esperando”












jueves, 4 de septiembre de 2008

Fragmento del cuento "Yukta, Luna de Bhopal"

Yukta se reúne con sus amigas Radha, Rohini y su amigo Jayanth. Una de ellas pregunta ¿Qué historia nos contarás hoy? La de un príncipe guerrero-Contestó-su nombre era Narayan, el menor de nueve hermanos y aunque inteligente y diestro en las armas, no el consentido de su padre, el rey. Narayan lo sabia, así con más razón practicaba el manejo del arco y el sable para llamar su atención y demostrar su capacidad
El rey se dedicaba entre otras cosas al comercio con poblaciones del norte
-Dime Yukta- Interrumpe Radha, -¿El príncipe era apuesto?
No, quizá el menos de todos, se murmuraba incluso que no era hijo del rey
-Yukta- Pregunta Jayanth- ¿El príncipe guerrero era fuerte y audaz?
Sí, fuerte como el que más y el mejor al montar su caballo. Seguido ganaba carreras efectuadas entre sus hermanos y competencias en tiro de arco, era tal su destreza que parecía tener seis brazos
-¿Pero en verdad era hijo del rey?- Pregunta Rohini,
-Sí, sólo que no el preferido, Narayan tenía el gran corazón de su madre, así que no perdía la esperanza de convencer a su padre
Entonces –continúa Yukta- El comercio entre otros pueblos disminuía, pues para llegar a ellos, después de tres días de camino, se acostumbraba pasar por las montañas rocosas, de lo contrario se atravesaba el desierto, pero no era lo mejor, pues caravanas enteras llegaron a perecer, siendo devoradas por tormentas de arena, haciendo que las cargas se perdieran. Así el atajo de las montañas se volvió lo más rápido y seguro, pero de tanto pasar despertaron a una enorme y horripilante hidra, que enfurecida atacaba a los caminantes, parecía vengarse por haberla despertado de su letargo, atacando de día o de noche
-¿Y cómo de noche podía atacar?-Pregunta Jayanth.
Podía atacar, pues cada par de ojos, de cada una de sus siete cabezas tenia luz propia, una extraña irradiación verdusca la cual la hacia sensible a la luz del día. Desde lejos podía verse como furiosa atacaba a los caminantes. Aun así, muchos creían que podían pasar sin hacer ruido, pero no, parecía estar siempre en espera para embestir a cualquiera

El rey no sabía que hacer, pues la pérdida cada vez se volvía más grande. Sus consejeros le sugirieron convocar a todos sus guerreros para así acabar con la terrible bestia
Narayan pensó que era su oportunidad para demostrar su habilidad, se presentó ante su padre pidiendo ser autorizado para ir en busca de la terrible hidra y acabar con ella. El rey en verdad sorprendido acepta y ordenó que fuera acompañado por doscientos guerreros, los mejores sables, los mejores arqueros. Lo mismo que dotar de provisiones para tan arriesgada encomienda
Al día siguiente Narayan y su compañía parten con dirección a las montañas y es despedido por todo el pueblo con aplausos y gritos
Viajando de día y justo al caer la tercera noche se llegaba a las montañas. En el trayecto Narayan pensaba como atacar a la bestia, confiaba en su experiencia y su coraje para acabarla, y de regreso ahora sí lograr el aprecio del rey. D golpee fue traído a la realidad un ensordecedor bufido detuvo su marcha, voltean a verse entre sí. Una cosa es saber de ese animal y otra, escucharlo a unos metros
Lo mejor fue retroceder e instalarse hasta el día siguiente, para después explorar el lugar. Rodear la montaña llevaba tres días más, nadie se atrevió a adentrarse al lugar para comprobar si la hidra dormía, entonces el plan fue dividirse en grupos de cincuenta soldados, el primer grupo avanzaría en cuanto el sol se ocultara, cuando la bestia se diera cuenta de ellos volverían atrás, la idea era ver de donde surgía. ¡Fatal sorpresa! pues el grupo, unos a caballo y otros caminando quedaron justo frente ella, la hidra hace notar su enojo con sus irritantes rugidos, empezando a atacar y devorar soldados, éstos por instinto tratan de salvarse, corren unos más adentro de la montaña, otros lanzan flechas sin lograr dañarla. Desde su lugar Narayan y el resto del grupo escuchan los gritos y el revuelo causado. Algunos intentaron acabar con ella, otros salvarse y más de la mitad no volver para contarlo
Los soldados que lograron escapar llegan sin aliento, en sus rostros se veía el pánico, se dejan caer en la arena, heridos algunos y agotados otros. Narayan se da cuenta que no es fácil acabarla. Es peor de lo que esperaba, es mejor esperar al día siguiente.
-Yukta-Pregunta Radha-¿Qué edad tiene Narayan?
-Tan solo 20
-Yo en su lugar-Habló Jayanth-Hubiese ordenado a los doscientos soldados lanzar saetas con punta de fuego, de seguro caería muerta
-No es mala idea-Dice Yukta-después de ver como en tan corto tiempo ese enorme animal acabó con el primer grupo, llegó a pensar que si no tomaba las prevenciones correctas acabaría con todos. No volvería sin haberla aniquilado

Esperan al día siguiente para excavar en la arena para ahí sepultar a los guerreros que habían muerto
En el tercer día cuando el sol empezaba a ocultarse, Narayan decide lanzarse de nuevo al ataque para acabar de una vez con al horrible monstruo
La mitad del grupo avanza caminando y el resto montados en sus caballos. Los primeros aceleran el paso y a distancia justa se detienen enterrando sus antorchas en la arena y preparan sus arcos encendiendo la punta de la flecha, todo parecía ocurrir al mismo tiempo, la segunda línea preparan sus saetas apuntando al oscuro escondite, Narayan con temor y coraje empuña su sable, el aterrador animal parecía espéralos y ataca. Narayan siente que su corazón late de prisa, todos disparan sus flechas, sin lograr hacerle daño, su piel era tan gruesa como la de cien elefantes. El aliento de la bestia era letal, causaba ceguera y al respirarlo envenenaba provocando la muerte casi al instante, el rugir del animal ensordecía, así es que la orden de retirada nadie la escuchó, fue sólo por instinto. Acercarse peleando con su sable, seria para Narayan la muerte segura. De regreso en el campamento se da cuenta que volvieron menos de diez guerreros, se deja caer en la arena cubriendo sus rostro con sus manos, llorando de impotencia
-Yukta-Dice Rohini ¿Por qué esperan la noche para atacar?
-Por el calor que hace durante el día
-¿No seria mejor enviar a un mensajero pidiendo ayuda al rey?- Pregunta Radha
-Eso mismo le sugirieron los demás, pero no interrumpan
-Si, cuéntanos más- dice Jayanth

Narayan decide retirarse para descansar y encontrar una forma de acabar con la bestia De tanto pensar solo logra confundirse más
Escucha una voz que le habla por su nombre, una voz apagada, voltea, era un anciano que cubría su pelo blanco con un turbante, el resto de su ropa era vieja y caminaba descalzo hacia Narayan
-¿Eres tu quien me habla viejo anciano?
-Así es
-¿Qué haces aquí? no recuerdo que venías en mi compañía
-No recuerdas porque el cansancio te hace olvidar, acércate un poco más. Sé que necesitas y deseas acabar con esa maléfica hidra, te diré como hacerlo
-Viejo hombre, no me hagas perder el tiempo, debo descansar para mañana encontrar la forma de aniquilarla
-Debo mostrarte algo
El anciano saca de entre sus ropas un cofre de madera, sonriendo y extendiendo los brazos lo acerca a Narayan
-Vamos joven guerrero, es para ti
Narayan obedece y enseguida lo abre, se queda pasmado al ver una hermosa flecha de marfil con punta de diamante, es tal su asombro que no puede hablar
-Anda, tómala- dice el anciano. Tocándola todo su poder queda a tu disposición
Narayan admira el brillo de la hermosa piedra y lo suave del marfil, nunca antes había visto algo así, por fin habla
-Dime, ¿de donde has sacado esto?
-Así como tu, fui un valeroso guerrero, la conservo hace muchos años, jamás a sido usada, ahora es tuya
-No puede ser para mí, no debo aceptarla
-Debes, si es que quieres salvar a tu gente
-Narayan dudaba del anciano
-Con el poder de esta saeta y tu extraordinaria habilidad podrás eliminar por fin a ese animal de siete cabezas
-Dime, ¿Qué debo hacer?
-Esta flecha es única y sólo se usa una vez
-Pero puedo fallar
-No será así valiente príncipe, eres el mejor de todos. Mañana habrá luna llena, espera justo la medianoche, no necesitas llevar otra arma, ni siquiera antorcha, seria delatarte, la luz de la luna te ayudara, te acercaras al escondite, pero no menos donde te pueda alcanzar su mortal aliento
-¿Pueden acompañarme mis soldados?
-No, debes ir sólo, nada más tú lo lograra
-¿Cómo creer lo que dices anciano?
-Cuando veas derrotada a esa hidra lo entenderás todo. Deja decirte como aniquilarla. Te aproximaras lo suficiente para que se de cuenta que estas ahí, preparas tu arco y apuntas esta poderosa flecha a su cuarta cabeza, justo la del centro, entre sus enormes ojos, deberás guardar distancia, pues cuando aciertes caerá muerta y no querrás morir aplastado
De pronto Narayan despierta, soñaba entonces. Aún es de noche, sale de su techo para ver que esta por amanecer, regresa y encuentra el cofre de madera, de prisa busca al anciano, corre la voz de que lo encuentren, pero nada, nadie lo vio, nadie lo conoce. Entonces toma el cofre y lo lleva con él, guarda silencio, no cuenta a nadie lo sucedido, lo tomarían por loco, la mejor prueba de verdad era esa magnifica flecha. Espera la noche, la luna en su esplendor parece su cómplice, su guardián que lo guiara donde la bestia para aniquilarla. Decide enfrentarla, camina al escondite, algunos soldados lo siguen, pero pide lo dejen solo, confiaba en las palabras del anciano:”nada más tú lo lograra”. Llega hasta la guarida, observa la arena midiendo la distancia, tiene en su mente el rostro del anciano, recuerda sus manos extendidas que le ofrecían el cofre de madera. Su corazón se acelera, no hay tiempo que perder, toma la flecha y la ajusta en el arco. No hay marcha atrás. De pronto aparece la horrible bestia, se molesta con la presencia del osado príncipe, sus siete cabezas se mueven buscando llegar hacia él, Narayan en un grito de coraje suelta la flecha, observa como la luz de la luna rebota en su punta afilada y la hace brillar en la oscuridad, rompiendo el aire deja tras ella un zumbido y acierta, justo entre los ojos de su cuarta cabeza, fulminada al instante cae sobre la arena levantando una nube de polvo. Narayan respira profundo, guarda su arco, se acerca a la bestia, por un momento piensa que puede revivir, pero no, esta más que muerta, parece que lleva días así, se acerca a su cuarta cabeza, busca la flecha, no esta, ha desaparecido, los gritos y el revuelo de los pocos soldados que se acercan lo hacen volver su cabeza, celebra con ellos la derrota de la bestia, regresan a su campamento, no esperan el día para empezar su viaje de regreso. Los padres de Narayan al no saber de él temen por su vida. Pero los gritos de la gente en las calles que lo reciben explican una buena noticia, acuden a recibirlo con abrazos, entonces Narayan entrega a su padre el cofre de madera vacío, el rey, se sorprende como sabiendo su origen y solo le pregunta: ¿Cómo lo obtuviste? Una historia por contarte padre mío, responde contento Narayan.

la mamà, el canario, un gato y la tìa .



Elenita juega sola con su muñeca, siempre inventando largas conversaciones.
De pronto corre a la ventana para ver pasar a la gente, siente envidia por los niños que afuera juegan y ríen. Es raro que tía Cecilia la deje salir a jugar. En realidad no lo hace por egoísta, en verdad teme que le pueda pasar algo y de ser así nunca se lo perdonaría. Piensa que si un día resucitara la madre de Elenita, le hablaría de lo bien que la ha cuidado en su ausencia.
A la hora de cenar tía Cecilia la llama, entonces baja. Le gusta pisar los escalones de madera, provocar que rechinen, da un paso despacio, otro más, lento muy lento, cree que cada ruido le dice algo, quisiera descifrarlo, cree que esa vieja escalera algún secreto le pretende contar. Que le dijera cuantas personas han pasado por ella. Incluso que le hablara de cómo se veía caer su madre, desde el primer escalón, hasta llegar al piso ya muerta. Ella no vio el fatal accidente, desde su habitación solo escuchó el grito y como el pesado cuerpo caía y golpeaba. No se asustó, esbozó una sonrisa y tarareó una canción, sin dejar de jugar.
Elenita se sienta a la mesa y espera le sirvan lo mismo de mediodía. Piensa que repetir la sopa es porque la tía busca enfadarla. Habla en voz baja:
-¡Qué asco!
-Dime Elenita- No te escuché.
-Nada, tía Cecilia,
-¿Deseas un poco de té caliente?
-No tía, gracias.
Mientras, la vieja de espalda no se da cuenta que la mira fijamente.
Transcurre la cena, igual que la anterior y la anterior igual que todas las que siguen hacia atrás.
Al subir a su habitación se sienta sobre sus piernas en el último escalón y lo acaricia. Tía Cecilia la ve y extrañada le pregunta: ¿Cariño qué haces? No ensucies tus manitas.
-No tía, claro que no.
Se levanta, se encierra en su recámara, donde después de tocar el piso, digo, el último escalón besa la palma de su mano como agradecida. Tararea una canción al mismo tiempo que baila un vals. Termina su danza y se acerca al espejo, le gusta verse; quisiera atravesarse con la mirada. El dueño de la botica dice que se parece a su mamá, el mismo retrato. Eso le molesta ¡Qué rabia! Si ya está muerta. A través del espejo se da cuenta que la puerta de su ropero esta apenas abierta. Se sorprende. De prisa se acerca y busca entre la ropa una lata de aceite para muebles. La encuentra y respira aliviada.

La casona queda en silencio. Afuera lejos se escucha ladrar de perros. Elenita no duerme. Se levanta y entra en la habitación de tía Cecilia, la observa, le causa repugnancia como ronca, toma del buró el vaso con agua lo vacía en el lavamanos y regresa a su cuarto.

Por las mañanas tía Cecilia le pide le dé alpiste al canario, Elenita cree que por no ser su mascota no tiene porque hacerlo, toma la avecilla entre sus manos, se lo acerca a la cara y lo apretuja con fuerza hasta que no respira, lo deja dentro de la jaula y sube a su habitación, cierra la puerta detrás de ella y sonríe.
Se acerca al espejo y se ve por largo rato, segura esta que merecía morir pues le hacia perder tiempo.
Cada domingo se van a misa después de desayunar, tía Cecilia no nota el silencio del pobre pájaro. Elenita no presta atención a las palabras del cura, observa el alto techo, la luz que se filtra por las ventanas y detenidamente a cada santo en su altar, imagina que entre ellos platican, y los ve a los ojos, no cree necesitar ni un favor de ellos.
De regreso en casa entra corriendo y sube a su habitación, tía Cecilia al pasar por la jaula se da cuenta que el canario está muerto, se acerca, no entiende que pasó, sube a donde Elenita y le dice:


-Nena, el pobrecillo canario está muerto
-¿Cómo dices tía Cecilia? Si esta mañana le di un poco de agua
-Lástima, de media docena que había ya no queda uno
Elenita se hace llorar
-Tía, pobrecito de él, de seguro se irá al cielo
-Vamos pequeña, ya tendremos más de nuevo.
Ánimo, para que no estés triste te tengo una buena noticia
­-¿Qué es tía?
-He hablado con la maestra Imelda, que da clases de piano, seria grandioso que aprendieras a tocarlo ¿Te gusta la idea?
-¿Piano? ¿Clases de piano? ¿Con la maestra Imelda? No sé quien es
-Sí nena, es la maestra que también toca el órgano en las bodas en la parroquia
-Sí, sí tía Cecilia, ya recuerdo. Ella es amable.
-Ya veras que se llevarán muy bien.
-Sí tía, claro que sí.
Claro que no, Elenita no tolera a nadie en casa, cree que cualquier visita busca algo, como sí fueran a espiarla, descubrirla y acusarla.
Nena, cariño –habla de nuevo la tía necia y sí que lo era, pero era buena, solo buscaba la manera de agradar a la pequeña- Busca a Ciro, no lo he visto, ha de estar dormido debajo de algún mueble, que gatito tan perezoso
-Si tía, quiero jugar con él
De prisa busca la mascota, para encontrarla sobre un sillón
-Hola gatito, ven, tía Cecilia te quiere ver.
Lo acaricia, el tal Ciro ronronea, entrecierra los ojos y Elenita le pregunta:
-Ciro, minino ¿Cómo te verías sin cola?
Debe verse un poco raro un gato sin cola, pero es cuestión de acostumbrarse.
Lleva a Ciro donde la vieja, las dos pasan la tarde de nuevo solas. Bueno eso no es nuevo, la madre de Elenita murió hace casi un año, pocos días después del cumpleaños de la pequeña. Desde entonces todos los domingos son así.

Un día tía Cecilia le pidió a Elenita que fuera con doña Pascuala, su amiga de toda la vida:
-Hija, ve pronto con Pascuala, dile de mi parte que necesito aceite para muebles, hay que limpiar el piano para ahora que tomes tus lecciones.
-Si tía- la niña obedece
Doña Pascuala la recibe y envía el encargo
-Anda, regresa antes que te atrape la lluvia
-Sí señora Pascuala, muchas gracias.

De regreso se encuentra a Ciro jugando en el jardín y lo llama:
-Gatito, ven aquí
Ciro la ignora
-Vamos, quiero jugar contigo y llevarte dentro antes que llueva
Como buen arrogante el felino no hace caso. Elenita se molesta y lo persigue hasta atraparlo
Te tengo gato mugroso, me las vas a pagar ¡te odio!
Lo lleva al cobertizo, se encierra con él, rápido busca una cuerda y lo ata del cuello, toma un extremo de ésta y la amarra a la perilla de la puerta, entonces tira con fuerza.
-Te dije gato asqueroso, te lo advertí-
Ciro patalea y maúlla desesperado
Hala la soga cada vez más. De repente la suelta y con más fuerza tira de nuevo
-Lo ves gato, aquí se hace lo que yo quiero ¿y sabes qué quiero? Que dejes de fastidiarme.
Ciro se ahoga, echa espuma por la boca, y sí, deja de maullar
Elenita respira agitada, suelta la cuerda, por un momento pensó que el infeliz gato no moriría. Se arregla el pelo, sacude su falda y se acerca a Ciro, le quita la cuerda y la deja donde la tomó, busca las tijeras de podar, se arrodilla a un lado del gatito y le pregunta:
¿Cómo te veras sin cola?

Tía Cecilia espera preocupada a Elenita, mientras ella saca a Ciro del cobertizo y lo deja entre los arbustos para entrar corriendo, al verla la tía se sorprende y le dice:
-Hija, cariño ve cómo llegas, estas empapada
-Sí, tía
-No debí enviarte sola ni acompañada, puedes pescar una gripe anda sube a cambiarte
-Sí tía, tengo frío
-Pobrecita de ti
Así llueve toda la tarde. Durante la cena tía Cecilia pregunta por la mascota:
-Elenita, ¿has visto a Ciro? temo que se haya quedado afuera
-No tía, no lo he visto, estará dormido por ahí
-No lo sé, espero que aparezca pronto.

Llega el día para empezar las clases, la maestra Imelda es de estatura media, su cara es un circulo perfecto, tiene la nariz como enrojecida y con su piel blanca parece tener resfriado perpetuo, acostumbra a parpadear seguido antes de empezar hablar, da la impresión de que piensa bien lo que dice, al ver el piano se sorprende y se acerca tocando la madera diciendo:
-¡Oh, es un Hartheim! Es una joya.
La maestra no disimulaba su admiración hacia el brilloso instrumento, si la intención de tía Cecilia hubiese sido encandilar a la sensible profesora lo habría logrado.
-Así es, perteneció a mi abuelo y lo hizo traer desde Alemania, fue un recorrido largo. Mi padre contaba que el abuelo llegó a decir que no lo vería de nuevo, pero aquí está, esperando que alguien lo haga sonar.
La maestra sonríe, parpadea y se dirige a Elenita:
-Ven, tocaré algo para que poco a poco se eduque tu oído.
Se acerca, mientras la maestra da muestra de su talento, tía Cecilia no cabe de gusto, no puede contener el llanto al pensar en el abuelo que alguna vez y de esa forma tocó el piano.
-Eres inteligente y aprenderás rápido, te felicito-dice la maestra. En verdad te pareces mucho a tu mamá, ella y yo fuimos amigas. ¿Qué edad tienes?
-Cualquiera dice que me parezco a ella, apenas la recuerdo y tengo diez años
-¿Cómo dices? Si ella murió hace casi un año
-No Señorita, ella murió cuando yo nací
-Qué pena, la debes extrañar mucho
-No tanto, apenas si la recuerdo
La maestra toma las palabras de Elenita como de alguien que por no sentir dolor se escuda en amnesia a voluntad.
-Bien, dejemos la clase por ahora, te veré el próximo lunes
-Si claro, gracias señorita Imelda.

Tía Cecilia le comenta a la maestra que en unos días tendrá una fiesta sorpresa para Elenita, por su cumpleaños:
-Imelda, tengo preparada una fiesta para la pequeña y quiero que nos acompañe-
-Encantada Cecilia, estimo mucho a Elenita y me agradará acompañarlas.
-No debe enterarse, será una linda sorpresa, a propósito ¿cómo va en sus clases?
-Más que bien, admito que es muy lista y aprende rápido, lo que he notado es que no le gusta hablar de su madre.
-Si es verdad, será un año que ella murió, Elenita la extraña mucho
-Si, ya lo creo, pobrecilla.


Esa noche en la cena, tía Cecilia le pregunta por la mascota:
-Nena, ¿No has visto a Ciro?
-No tía, no lo he visto
-Este gato cuando no es flojo se vuelve vago

En esos días don Julián el jardinero se encuentra a Ciro, apurado le avisa a tía Cecilia, como es mudo y como siempre con manoteos se hizo entender, la tía llora al ver la mascota
-Don Julián, de seguro lo atacó un perro
-El viejo hace gesto de: “Puede ser”
-No tiene su cola, algún perro debió perseguirlo y alcanzó a morderlo, pobre de Ciro, por favor encárguese de enterrarlo aquí mismo.
-Que sí, decía el mudo moviendo la cabeza
Elenita, después que tía Cecilia le dice lo sucedido sale a ver dónde el jardinero excava
-¡Oh! Pobre Ciro, siento mucha pena por él
.Don Julián hace cara de “Quizá”
Elenita se hace la que llora, eso le es muy fácil
-De seguro algún perro malo se lo quería comer
-El viejo Julián mueve la cabeza diciendo. “No” sin dejar de hacer su trabajo
-¿Entonces? Pregunta mientras se seca las lágrimas con la manga de su blusa
¿Lo atropelló un automóvil?
-De nuevo don Julián dice que no.
-No entiendo, dice Elenita y deja de llorar
Don Julián deja la pala a un lado y antes de echar a Ciro en su tumba, gime, habla con ruidos guturales y para que la pequeña lo entienda mejor la señala con el dedo, como queriendo decir: “Tú”
Elenita se molesta y le grita: ¡Yo nada, viejo sin lengua!
Y corriendo sube a su habitación
Después de enterrar a Ciro, don Julián avisa a tía Cecilia, quien le pide un favor:
-Tenga listas las lámparas de queroseno, en estos tiempos de lluvia no faltan los apagones.
El jardinero decía sí, moviendo la cabeza
-De paso don Julián, deje una en mi recámara sobre el buró
Él seguía diciendo que sí
Y así, toda esa tarde y noche llovió, tía Cecilia antes de irse a la cama aseguraba las puertas con llave y guardaba su llavero en un cajón del ropero.
Elenita no duerme, siente coraje hacia el pobre viejo Julián ¿Cómo sabe que ella mató a Ciro? No, no lo sabe, nadie la vio. Seguro el anciano sólo lo supone.

Al día siguiente mientras Elenita toma su clase, tía Cecilia va de compras por lo que falta para la fiesta y regresa justo para despedir a la maestra.
Elenita se encierra en su habitación después de cenar, donde apenas habló.

Y como dije antes, tía Cecilia asegura las puertas, las ventanas y guarda el llavero donde siempre, se dispone a leer un libro que nunca termina cuando en eso se corta la energía:
-¡Ay Dios! Estos aguaceros hacen la vida más inútil –habla en voz baja.
-Si llueve no se puede salir a la calle y si continúa la lluvia se corta la luz
Enciende la lámpara y sigue su lectura. Quien sabe desde cuando empezó ese viejo libro. A ratos cabecea y medio lee un renglón hasta que el sueño la vence.
Elenita no duerme. Se levanta de la cama y busca en su ropero la lata de aceite para muebles, la toma y baja a la cocina, busca un cuchillo de buen tamaño. Se sienta al principio de la escalera y con un trozo de tela empieza a cubrir el primer escalón, deja pasar uno y cubre el tercero, así hasta arriba, un escalón si y otro no. No le cuesta trabajo la oscuridad, esta acostumbrada a deambular. Por fin termina y se queda sentada en el suelo sobre sus piernas, tararea una canción, de pronto guarda silencio, aún con el chubasco escucha como ronca tía Cecilia, se levanta y va a la habitación.
Dentro observa como duerme la vieja tía, le quita de las manos el libro y le habla:
-Así te vas a quedar, siempre dormida.
En eso tía Cecilia medio despierta y medio habla
-¿Elenita, que haces despierta?
-¿Qué te importa vieja Cecilia?
Toma el cuchillo con sus dos manos y lo clava en el hombro derecho de la tía, que por el dolor se lleva la mano donde ya le brota sangre.
-¿Qué haces?
-¡Sólo quiero que sigas dormida anciana!
-¡Elenita por favor!
La pequeña con más fuerza acierta el metal justo en la garganta y lo repite una, dos veces más.
-¡Te odio a ti y a mi mamá por no recordar mi cumpleaños!
Sabiendo que tía Cecilia ya no se movía, arroja sobre ella la lámpara, espera un rato para asegurarse que toda la cama sea sólo fuego, entonces se asusta, grita y corre hacia la escalera, se detiene de golpe, recuerda que cubrió los escalones con aceite, no sabe cual sí, cuál no.Se desliza por el pasamanos, corre a la puerta, esta cerrada. Voltea a todos lados, grita, deshace con desesperación sus trenzas, grita de nuevo. Todo el segundo piso arde, se le ocurre romper las ventanas y pide ayuda.

De la casona poco quedó. La mayoría se volvió ceniza, la tía, el viejo Hartheim. Los vecinos salvaron a Elenita, quien dijo que el humo y los gritos de tía Cecilia la habían despertado, que corrió a buscarla, y le dijo gritando:
-¡Elenita corre, sálvate!
Doña Pascuala sintió pena por ella y decidió llevarla a su casa.

-Elenita, hoy por ser tu cumpleaños comeremos fuera
-Gracias Señora Pascuala-
-Sabes, tu tía Cecilia tenìa preparada una fiesta sorpresa, pero todo salió mal, ven tomemos un poco de sol mientras le damos de comer a los canarios ¿Te gustan, verdad que son lindos?
-Si señora Pascuala, son lindos, me encantan.

Fin






cuento con hadas

Año 1480
En un bosque encantado

¿Cómo es un hada? Es un ser fantástico, a veces muy hermosa, suele vestir de ricas sedas, puede adivinar el futuro y viajar a cualquier lugar apartado en un instante. Pasean a veces en corceles alados y no le temen a la oscuridad.

También eran requeridas por reyes de imperios vecinos cada vez que nacía un hijo, para que otorgaran al recién nacido, dones y larga vida.
Miruzi, aunque tiene 200 años, es la más joven. Su virtud es su voz. Dicen que podía arrullar a un ejército entero en tiempos de guerra, era como el tocar de las cuerdas de un arpa y ser escuchada a distancia. Cuando te hablaba podías oírla enseguida de ti, como un susurro, te hacia voltear de prisa cuando realmente estaba a leguas de ahí. Daba a cualquiera su don y a veces de castigo, dejarlo mudo por tiempo indefinido.
Leonor, con un hermoso rostro, era la más bella, sus ojos cambiaban de color a su antojo. Podía dar su belleza, sin dejar de serlo.
Sophie, el hada de la salud y la fuerza, con sus manos tibias podía calmar el dolor y regalarte salud para siempre.
Marie, el hada de la risa, siempre sonreía y por nada se volvía carcajada. Con su encanto contagiaba a todos. Cuentan, que era amiga del viento, a él le contaba sus secretos para que los llevara lejos y guardara en lo más alto de las montañas. Cuando murió, heredó a su mejor amigo su don y éste por doquiera que va, lleva su regalo y al pasar por entre los árboles se puede escuchar la risa del hada, como si habitara en las hojas de los árboles de todo el mundo, esperando al viento para hacerse escuchar.
El hada Catuza, poseedora del don de la bondad. Otorgaba su gracia a cualquiera. Con solo cerrar los ojos y decirlo te volvías bueno, aunque hay personas que en su vida llegan a extraviar su regalo, ella misma ayudaba a recuperarlo.

Todo sucedió en una perezosa tarde de otoño, cuando las hadas parecían estar más aburridas. Entró en el bosque a todo galope un jinete. Caballero de gran valor pues no le temía a los duendes, ni elfos, habitantes del bosque. Llevaba con él un encargo. Se detuvo ante la enorme puerta de la fortaleza. Bajó de su caballo, sus movimientos eran lentos, precisos.
Desde el interior del castillo las hadas percibieron su presencia. Juntas acudieron al portón, al mismo tiempo el jinete dejaba un bulto en el suelo. Igual de un salto subió a su caballo y regresó por el mismo camino, todo en silencio, como si flotara.
Al abrir la vieja puerta de madera, ven el bulto, se acercan, una de ellas lo destapa para ver dentro a un bebé que dormía, y una nota que sólo decía: “Jimena”. De prisa las hadas la llevan dentro. No comprendían nada. Cómo alguien se atreve a abandonar a una niña.
No dejaban de contemplarla ¿De quién sería? ¿Será hija de un noble?
De tanto hablar al mismo tiempo lograron que despertara. Se acercan para verla. Ella las mira una por una y al ver a Catuza soltó el llanto, parecía saber que era la menos hermosa.
Empezaron a correr en todas direcciones, tropezando entre si, preguntándose por qué lloraba ¿Tendrá hambre, sed o frío?
Aun cuando han sido madrinas de cientos de niños, no saben qué hacer. Para calmarla le dan de beber agua, mientras encuentran una nodriza que la amamante.
Hicieron traer a una del pueblo más cercano y entonces volvió la calma. La pequeña parecía sonreír.
El hada Leonor se acerca y comenta: ¡Por todas las hadas! Nunca vi ojos tan oscuros, casi como la noche misma. ¿De qué estirpe es esta niña?
Todas voltean a verse entre si, nadie responde.

Hoy fue un gran día. Se hizo de noche.

Apenas sale el sol y la pequeña despierta, para entonces las cinco hadas ya están a su alrededor y antes que rompa en llanto, la nodriza encargada la lleva con ella para darle de comer.
Las hadas estaban felices con la nueva habitante en el castillo, dentro parecía un festín. Entonces al hada Marie se lo ocurre que deben darle un don, de inmediato estuvieron de acuerdo y la llevan a un gran salón para tan importante suceso.

Seré la primera entonces, dijó Leonor, “Te concedo el don de la belleza. Que seas hermosa, la más de todas.”
Es mi turno expresó el hada Marie, “¡Igual te regalo mi don, que tu risa sea contagiosa y tu sonrisa no fácil de olvidar, así será!”
¡Ahora yo! ­dijó Sophie- Será para ti la mejor salud, desde ahora y para siempre”
La pequeña no entendía nada de lo que sucedía, pero cada vez que se le daba un don, reía.
“Entonces desde ahora hermosa niña –dijo Catuza- “Yo te otorgo la gracia de la bondad y todo lo bueno que de ella resulte. Nobleza eterna en tu corazón”
Cuando bendecían a un crío, era motivo de alegría y en esta ocasión más, pues la pequeña Ximena vino a traerles felicidad.
Por último habló Miruzi, “Ahora encantadora bebé, te obsequio mi voz, vive con ella para siempre. Podrás comunicarte con cualquiera y elevarla para que muchos te escuchen, pero igual hablar quedito. Que sea tu mejor arma de defensa y seducción.
Los días siguientes fueron de júbilo, paseos a caballo por el bosque y visitas al lago que parecían no terminar. Las hadas a veces reñían por querer llevar a la niña en los brazos.
Solo que…Llego el momento en que se dieron cuenta, que no podía permanecer con ellas. Entonces se reunieron para decidir que hacer.
Aunque estaban felices no era posible que se quedara. Habría que enviarla a otro lugar.
¿Qué haremos entonces? –Pregunto Sophie-
Podemos quedarnos con ella, ¿quién ha dicho lo contrario? –Habló llorando el hada Miruzi.
¡Nada de eso! –Protestó Leonor- Sabemos que es en contra de nuestro código ¡Sería como un rapto!
¿Entonces que haremos? –Pregunto Marie- Aquí con nosotras nada le faltaría.
Comprendamos, no puede quedarse –habló de nuevo Leonor

Por ser ella, podemos hacer algo especial –sugirió Catuza- Debemos adelantarla en el tiempo.
¿Cómo en el tiempo? Preguntó Sophie. ¿Te has vuelto loca acaso? Eso es sólo en ocasiones especiales.
Claro por eso lo digo. Merece lo mejor y por su bien digo que debe ser así.

Todas estuvieron de acuerdo, la llevarían entonces al futuro.

¡No podemos dejarla en el futuro, seria abandonarla, es un bebé aún! –Dijo Marie- ¿A qué momento de su vida la llevaremos?
¿Qué os parece año tres mil? Sugirió Catuza.
¡Por todas las hadas es demasiado tiempo! Habló el hada de la Belleza. Quizá año 2007.
Si, suena bien, me gusta! Aceptó Sophie. Las demás estuvieron de acuerdo. ¿Pero qué edad escogeremos para la criatura?
La que sea justo en el momento que lea esta historia.-dijo Leonor-
Buena idea Leonor, que así sea pues. –Dijo sonriendo el hada Miruzi-

Rodearon a la niña. Ella no imaginaba que dejaría ese lugar.

Las hadas unieron sus manos en plegaria y cerraron sus ojos. Empezó a soplar un viento dentro del castillo. La pequeña empezó a quedarse dormida. Todas hablaron al mismo tiempo diciendo sus conjuros mágicos para que se adelantara en el tiempo.
Terminada la oración la nena desaparece, dejando sólo un polvo brillante como de estrellas. Las hadas abren los ojos y ven la cuna vacía.

Año 2009
La pequeña transportada en el tiempo y ahora una mujer, camina por la banqueta, justo antes de cruzar la calle se detiene en un puesto de revistas. Le llama la atención un pequeño libro que por titulo tiene “Cuento con hadas”, lo compra. Caminando lo abre en la primera página y lee:

“Que los dones de las hadas otorgados a ti, sean para siempre”




bambola

Pequeña
Quiero abrazarte
Que bonita eres,
Me gusta tu voz,
Voz de niña, que canta, cascada de agua.
¿Como te llamas?
Yo te diré: Agua, Eclipse, Luna menguante.
Piel de Durazno
Ojos color de engaño.
¿Que piensas?
Niña ven aquí…
Me parezco a ti
Te llevo en la piel, en la sangre,
Para siempre,
Soy tu hijo.

los eternos

Hay quienes se vuelven eternos
otros simplemente se olvidan
son eternos aquellos que no están aquí
y siguen en tu pensamiento
buscas su rostro entre la gente
y crees escuchar su voz en otros labios
quizá hoy al doblar la esquina
se encuentren de nuevo
los eternos se vuelven en semejanza
a las cosas bellas,
son de oro comparados con el sol
son de plata comparados con la luna
se vuelven el murmullo del río
y el silencio de la nieve al caer
los eternos caminan a tu lado en tardes de lluvia
y en noches de estrellas
desde alguna te observan
son el viento que rosa tu cara y te roba una sonrisa
son el más profundo letargo
están en todas partes
para siempre.

del rojo al verde

Transito. Peatones.

El viento juega a los remolinos, tambalean letreros, despeina a cualquiera y provoca ceguera momentánea.

Una mujer con cara de soltera. Su cabellera roja parece que llamea. Ve la hora en su reloj.

Un colectivo repleto de bachilleres, gritan por hablar, ríen, cantan. Una de ellas parece ausente, recarga su rostro en el vidrio, su mirada va mucho más allá. En su cuaderno de asignaturas lleva un corazón dibujado y el nombre de un amor secreto.

Una pareja de amantes cruzan la calle, él, le dice a ella algo al oído, ella sonríe en complicidad, como queriendo decir sí.

Un perro cruza la calle en dirección contraria a los amantes, parece extraviado, flaco y con la lengua de fuera, busca a su amo, al que no volverá a ver, se regresa a media calle, su olfato no le ayuda, lo engaña, ningún olor le es familiar.

Una mujer embarazada. Cada paso que da le cuesta el doble de trabajo, dos vidas en una. Parece que dará a luz caminando, estirando sus brazos para ayudar a nacer a su hijo; llevarlo de una vez al registro civil y de ahí al templo para dar gracias por su bebé urbano.

Pasa un cortejo fúnebre. Silencio por el hoy finado. Una carroza de color negro, lleva dentro un ataúd y a su pasajero en su último recorrido. Señor pasajero, en este viaje no requiere nada de nada ¡Buen viaje!

El aullar de una ambulancia rompe el silencio. Emergencia. Una vida esta en peligro.

El claxon de algunos carros detrás de mi, me vuelven a la realidad, el semáforo esta ya en verde, debo continuar.

¿Que es un libro?

Cofre de tesoro abundante
Manantial copioso
Espejo mágico de ambos lados
que te atrapa y cuando te libera
ya no eres el mismo

¿Que es una hoja de papel?

Celulosa que me confiesa, me exorciza, para después delatarme.