martes, 30 de septiembre de 2008

Calixto Ling

En el pueblo le decían Don Listo, no era su nombre, más bien se llamaba Calixto, lo extraño en tanto era que tenía apellido chino y nombre en castellano. Su padre era chino, el nombre lo escogió la madre, que de seguro así se llamaba algún pariente. Ya medio arrastraba los pies, se veía más viejito que nadie y le temblaban las manos, los de la imprenta decían que tenia la enfermedad de la maraca, pero eso sí, cuando pasaba por ahí lo saludaban con supuesto respeto. Era un jueves más, llevaba la carta de cada semana al buzón de la esquina, afuera de la botica. Ahí mismo compraba una estampilla. Llegaba, se quedaba un rato parado, se sostenía de la pared, volteaba siempre para el lado del templo, esperaba a que dejaran de sonar las campanas de la misa de las seis y depositaba la carta. No tenía domicilio, en el sobre sólo decía: Angelita. De ahí se iba hasta el malecón donde se quedaba buen rato, hasta que el sol se ocultaba enterito, se quedaba viendo a lo lejos, parecía que tenía los ojos cerrados, pero como era chino por sus ojos rasgados no se sabía si los tenía más o menos cerrados o bien abiertos, se devolvía por donde mismo, arrastrando los pies, temblando las manos, se detenía y veía de nuevo el mar, parecía que uno al otro tuvieran algo que decirse, había una duda entre los dos y una deuda para Don Listo, desde ese jueves del cuarenta y tres, cuando azotó el huracán, que lo dejó solo, sin Angelita. El decía que por ser la más guapa, el mar envidiaba que tuviera a la mujer más chula del pueblo, era alta, de piel blanca y el pelo negro, más negro que la noche, era de bonitos modos y hablaba pausado, creía que el mar la cortejaba y cuando el sol se ocultaba el mismo mar se vestía de dorado para que Angelita volteara a verlo.
Regresaba hasta su casa en el callejón de piedras, ya lisas de tanto pasar los carros y la gente que iban a la estación del tren. Enfrente estaba la cerrajería y atras la casita, con un patio donde estaba el naranjo. Ya de viejo ni cortaba las naranjas, el suelo parecía alfombra de fruta podrida picada por los pájaros, a veces venía el hijo de Don Suma a limpiar, -no se llamaba así, ese no era su nombre, era la mezcla de Jesús Manuel,- que se conocían desde niños. La cerrajería la puso su papá el chino de verdad, que llegó en un barco de la vieja China, traía el oficio de cerrajero, a Don Listo igual le decían “el cerrajero”, los más pelados “don llavero”, aparte que el chino de adeveras sabía otras cosas, muchas veces le preguntaban por remedios chinos a base de hierbas y agüitas tibias, que curaban todo. No cobraba por eso, sólo por lo de la cerrajería, el chino, padre de Don Listo, decía que prometió a su madre que nunca haría dinero de sus remedios, nunca, nunca se repetía cuando se alejaba el barco en el que llegó acá, "nunca, nunca pediré dinero por eso", decía mientras su madre se hacia más chiquita en el puerto hasta que se hizo un puntito y desapareció a lo lejos.
Don Listo esperaba a Angelita, dejaba la puerta de al lado de la cocina sin llave por si ella volvía, entrara. A veces cuando tomaba té, servia dos tazas, una para él y otra para ella, pero la de ella ahí se quedaba por días, hasta que se secaba.
Los lunes iba el cartero, con la carta para Angelita sin domicilio y la dejaba en el pequeño mostrador de la cerrajería o por debajo de la puerta, don Listo la tomaba, la veía por ambos lados y la guardaba en un baúl de madera fina y marfil que su padre trajo de la gran China. Cerrado con llave el baúl guardaba cientos de cartas que nunca llegaron a donde Angelita. Quizá un día volvería y entonces él le mostraría cada una de ellas.

A veces se asomaba por la ventana de la cocina y veía las naranjas en el suelo, le preocupaba que ella llegara y se molestara por no haberlas cortado a tiempo, salía, bajaba los escalones de la puerta y se agachaba recogiendo una, a veces dos, era tan viejo que ni eso podía hacer, entonces se quedaba ahí parado, dejaba caer las naranjas de sus manos y en palabras chinas espantaba a los pájaros.

A mediados de Mayo del treinta y cuatro, llego una empresa privada francesa para la construcción y continuación del ferrocarril, desde Chiriqui de Gamboa, al norte, pasando por San Juan, para terminar en Villa Trinidad. Todo eso causó gran revuelo, sentían que la modernidad había llegado por fin a Trinidad. Algunos tramos tenían estructuras provisionales, razón por la cual gobierno decidió dejar de una vez la línea férrea en mejores condiciones. Hubo que construir oficinas para los funcionarios y casas para los guardavías y las cuadrillas de constricción. Durante el tiempo que duró la reparación, Villa Trinidad se vio más ocupada que nunca, los comercios tuvieron mejores ventas y la cerrajería ni se diga. Fue ahí donde por vez primera Angelita, vio al director de la constructora, un francés alto, medía casi dos metros y tenía los ojos azules medio rasgados, no a lo chino, más bien a lo francés, quizá eso le gustó a ella, el hablaba buen español, sus visitas parecían coincidir con las de Angelita. Don Listo nunca tomó a mal eso, creía que tenía que ver por lo del tren. De ese modo, dando sus servicios como cerrajero sentía que aportaba algo al progreso.

22 de Agosto de 1935, así decía en la invitación de la boda de María de los Ángeles Quezada Romero y Calixto Ling Camargo. Casi todos, incluidos algunos de la constructora fueron a la misa y el banquete, hubo música de orquesta, -regalo del francés que en el tren trajo desde Chiriqui a los músicos.- De joven dicen que Don Listo hablaba poco, había que sacarle platica, pero ese día estaba contento. Angelita se veía más bonita que todas vestida de novia, con ese vestido que le trajeron desde San Juan de Guanipa. Ella y sus amigas fueron a la estación de tren para recoger la caja donde venía guardado con sumo cuidado. Entre todas llevaron la caja, a ratos muertas de la risa y a ratos en silencio, ese día se encontraron a Don Listo de frente por la misma banqueta, a gritos le dijeron que se apartara, que no debía ver el vestido, él sonreía y hacía caravanas obedeciendo.
El día de la boda todos comieron y brindaron, cuando los novios bailaron solos empezó a llover, entonces la fiesta se acabó, todos corrieron a resguardarse, los músicos cubrían sus instrumentos del agua, nadie se acordó del pastel que se quedo donde mismo, deshaciéndose con el aguacero.

Como regalo de boda, Don Listo le diò a Angelita un collar de perlas de verdad, el mismo lo mandó traer desde China. Ella quedó sorprendida, nunca antes había visto algo así. Ese collar solo lo usaba en ocasiones especiales o para la misa de Domingo de Pascua. Le habían dicho que valía mucho dinero, con más razón lo cuidaba, una vez le preguntó a don Listo cuanto había gastado en las perlas, él nunca se lo dijo, solo le respondió que los regalos no llevan precio.
En cierto modo todos apreciaban a Don Listo, aunque siempre lo vieron como extranjero, para algunos no era bien visto que tuviera treinta años más de edad que ella, quien el día de la boda estaba por cumplir veintidós. Quizá el hecho de que su padre, el de los remedios, ayudó a tanta gente le valía el perdón de casarse con Angelita siendo ella tan joven, otros creían quizá así era la costumbre de casarse en China.


El año del huracán, mejor dicho el día, el ayuntamiento avisó, que todos podían abordar el tren que sería usado como medida de seguridad para llevarlos hasta San Juan de Guanipa. Don Listo salió corriendo a buscar a Angelita, corría contra viento, llamándola por su nombre, pero el viento se llevaba su voz y parecía que le gritaba en mudo, la encontró abrazada a un árbol frente al malecón, se le ocurrió volverse por la camioneta, le dijo que lo esperara ahí, para después irse hasta San Juan, como pudo llegó a la cerrajería, por doquier había árboles, letreros y postes de luz en el suelo, lo mismo que casas con vidrios rotos y gente corriendo a la estación, algunos se resguardaron en el templo y otros en los techos de sus casas. De regreso ya no estaba Angelita, el agua cubría todo el malecón y enormes olas se estrellaban contra casas y comercios, ¡Sí que estaba enojado el mar! Que embravecido destrozó todo, a Don Listo no le quedó más que volverse a su casa, pero por miedo también se refugió en el templo donde había cientos de personas, niños llorando y mujeres rezando. Esa noche nadie pudo dormir nadita siquiera, en cuanto amaneció Don Listo salió al malecón buscando a Angelita, preguntaba por ella en las calles, nadie la había visto, alguien le dijo que fuera a la estación de tren, donde tenían una lista de nombres de los que se habían ido a San Juan, pero ella no estaba anotada. No había comunicación, ni por teléfono, ni telegrama, además que las vías estaban destruidas casi para llegar a Villa Trinidad, así que el tren no llegaba a la estación. Los que volvieron lo hicieron caminado. Don Listo atento buscó a Angelita entre la gente, preguntó por ella pero nadie la había visto, se quedó en la estación sentado hasta que se le hizo de noche, le pidieron que volviera a su casa, que si sabían algo le avisarían cuanto antes. Al día siguiente regresó, pero nada.
Desde entonces se volvió ermitaño y de pocas palabras, estaba convencido que el mar se había llevado a Angelita.
Días después alguien gritaba por la calle que aparecieron dos muertos en la playa, Don Listo fue corriendo donde estaban los cuerpos, conforme se acercaba su corazón latía más de prisa, parecía que se le iba a salir, se abrió paso entre los curiosos llevándose la mano a la boca, era una mujer y un hombre, pero no era ella, nadie reconoció a los cadáveres, entonces regresa. Se desvió al malecón, creía que si el mar se había robado a su mujer, podía aparecer como los otros dos muertos, sintió coraje de ver como el mar iba y venia en sus olas como si nada, después de todo lo que había hecho, ¡mar asesino, ladrón de todo y cínico además! Cerro los puños de sus manos, apretó la mandíbula conteniendo sus ganas de llorar, bajo la cabeza y volvió por donde mismo.
Como se le fueron juntando las palabras, decidió escribirle cartas a Angelita, contando todo lo que pasaba y hacía cada día…Así pasaron los años.

En nombre del progreso a principios de los años sesenta quedó la nueva carretera desde Villa Trinidad hasta Chiriqui de Gamboa, pasando por San Juan de Guanipa, seiscientos treinta y cinco kilómetros de camino de asfalto. Don Listo fue invitado por el Ayuntamiento de Trinidad a la Asamblea de Representantes de Provincias, celebrada en Chiriqui de Gamboa, precedida por el presidente de la república. Todo Chiriqui se vistió de fiesta. Calixto Ling quedó sorprendido de lo rápido que iban los autos en la carretera. Después del discurso de apertura del presidente de la nación, procedieron a los festejos en la Plaza Mayor. Para él todo aquello era como nuevo, tanta gente en un mismo lugar.
Fue entonces cuando no esperaba ni por veinte años de ausencia, que por casualidad, se encontraría de frente con ella, era la misma, su cabello igual que la noche y el collar de perlas, iba del brazo del francés, aun dudando le habló por su nombre-¿Angelita?- ella le contestó igual –Calixto- se va entonces por entre la gente, dejándolo ahí parado, fue como si se abriera la tierra ¡Era ella!, el haberlo llamado por su nombre no dejaba lugar a duda. Desde aquel día que le pidió lo esperara para irse hasta San Juan, hasta ese momento parecieron solo horas de diferencia. Dicen que Don Listo le pidió al alcalde lo regresara a Villa Trinidad en el tren de la mañana, se fue sin dar explicación. Por días se encerró en su casa. No lo extrañaron, ya de por si era ermitaño. Un jueves salió, llevaba su camisa blanca de cuando se casó, sus zapatos negros sin haber atado el lazo, también su baúl de madera y marfil, llegó hasta el malecón, donde se puso a ver las cartas, eran cientos que nunca llegaron a su destino. Cuando tocaron la última campanada de la misa de las seis camino descalzo hasta la orilla de la playa cargando su baúl, hasta que lo cubrió el agua. Nadie volvió a verlo desde entonces. De no ser porque a la mañana siguiente llegaron entre las olas las cartas que flotaban, supieron que había pasado. Los que por ahí pasaban veían las olas de papel blanco, algunos por su cuenta salvaron todas las cartas que pudieron, avisaron al alcalde de lo ocurrido, quien ordenó clausurar la cerrajería y la casita. Fin






















5 comentarios:

Ana Muela Sopeña dijo...

José Luis, excelente e impactante poema.

Me gusta tu manera de narrar. De pronto con estilo narrativo y de pronto con estilo poético, por la manera de adjetivar y emplear imágenes poéticas.

Un placer leerte.
Un abrazo y enhorabuena
Ana

Ana Muela Sopeña dijo...

Impactante cuento, quise decir. Lo que sucede es que es un cuento con elementos poéticos.

Un beso
Ana

Luis Vargas dijo...

José, muchas gracias por tus comentarios en mi blog. Con mucho gusto visitaré también tu blog!! Saludos!!!

intercambios dijo...

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"Yo En Resistencia" dijo...

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