jueves, 4 de septiembre de 2008

la mamà, el canario, un gato y la tìa .



Elenita juega sola con su muñeca, siempre inventando largas conversaciones.
De pronto corre a la ventana para ver pasar a la gente, siente envidia por los niños que afuera juegan y ríen. Es raro que tía Cecilia la deje salir a jugar. En realidad no lo hace por egoísta, en verdad teme que le pueda pasar algo y de ser así nunca se lo perdonaría. Piensa que si un día resucitara la madre de Elenita, le hablaría de lo bien que la ha cuidado en su ausencia.
A la hora de cenar tía Cecilia la llama, entonces baja. Le gusta pisar los escalones de madera, provocar que rechinen, da un paso despacio, otro más, lento muy lento, cree que cada ruido le dice algo, quisiera descifrarlo, cree que esa vieja escalera algún secreto le pretende contar. Que le dijera cuantas personas han pasado por ella. Incluso que le hablara de cómo se veía caer su madre, desde el primer escalón, hasta llegar al piso ya muerta. Ella no vio el fatal accidente, desde su habitación solo escuchó el grito y como el pesado cuerpo caía y golpeaba. No se asustó, esbozó una sonrisa y tarareó una canción, sin dejar de jugar.
Elenita se sienta a la mesa y espera le sirvan lo mismo de mediodía. Piensa que repetir la sopa es porque la tía busca enfadarla. Habla en voz baja:
-¡Qué asco!
-Dime Elenita- No te escuché.
-Nada, tía Cecilia,
-¿Deseas un poco de té caliente?
-No tía, gracias.
Mientras, la vieja de espalda no se da cuenta que la mira fijamente.
Transcurre la cena, igual que la anterior y la anterior igual que todas las que siguen hacia atrás.
Al subir a su habitación se sienta sobre sus piernas en el último escalón y lo acaricia. Tía Cecilia la ve y extrañada le pregunta: ¿Cariño qué haces? No ensucies tus manitas.
-No tía, claro que no.
Se levanta, se encierra en su recámara, donde después de tocar el piso, digo, el último escalón besa la palma de su mano como agradecida. Tararea una canción al mismo tiempo que baila un vals. Termina su danza y se acerca al espejo, le gusta verse; quisiera atravesarse con la mirada. El dueño de la botica dice que se parece a su mamá, el mismo retrato. Eso le molesta ¡Qué rabia! Si ya está muerta. A través del espejo se da cuenta que la puerta de su ropero esta apenas abierta. Se sorprende. De prisa se acerca y busca entre la ropa una lata de aceite para muebles. La encuentra y respira aliviada.

La casona queda en silencio. Afuera lejos se escucha ladrar de perros. Elenita no duerme. Se levanta y entra en la habitación de tía Cecilia, la observa, le causa repugnancia como ronca, toma del buró el vaso con agua lo vacía en el lavamanos y regresa a su cuarto.

Por las mañanas tía Cecilia le pide le dé alpiste al canario, Elenita cree que por no ser su mascota no tiene porque hacerlo, toma la avecilla entre sus manos, se lo acerca a la cara y lo apretuja con fuerza hasta que no respira, lo deja dentro de la jaula y sube a su habitación, cierra la puerta detrás de ella y sonríe.
Se acerca al espejo y se ve por largo rato, segura esta que merecía morir pues le hacia perder tiempo.
Cada domingo se van a misa después de desayunar, tía Cecilia no nota el silencio del pobre pájaro. Elenita no presta atención a las palabras del cura, observa el alto techo, la luz que se filtra por las ventanas y detenidamente a cada santo en su altar, imagina que entre ellos platican, y los ve a los ojos, no cree necesitar ni un favor de ellos.
De regreso en casa entra corriendo y sube a su habitación, tía Cecilia al pasar por la jaula se da cuenta que el canario está muerto, se acerca, no entiende que pasó, sube a donde Elenita y le dice:


-Nena, el pobrecillo canario está muerto
-¿Cómo dices tía Cecilia? Si esta mañana le di un poco de agua
-Lástima, de media docena que había ya no queda uno
Elenita se hace llorar
-Tía, pobrecito de él, de seguro se irá al cielo
-Vamos pequeña, ya tendremos más de nuevo.
Ánimo, para que no estés triste te tengo una buena noticia
­-¿Qué es tía?
-He hablado con la maestra Imelda, que da clases de piano, seria grandioso que aprendieras a tocarlo ¿Te gusta la idea?
-¿Piano? ¿Clases de piano? ¿Con la maestra Imelda? No sé quien es
-Sí nena, es la maestra que también toca el órgano en las bodas en la parroquia
-Sí, sí tía Cecilia, ya recuerdo. Ella es amable.
-Ya veras que se llevarán muy bien.
-Sí tía, claro que sí.
Claro que no, Elenita no tolera a nadie en casa, cree que cualquier visita busca algo, como sí fueran a espiarla, descubrirla y acusarla.
Nena, cariño –habla de nuevo la tía necia y sí que lo era, pero era buena, solo buscaba la manera de agradar a la pequeña- Busca a Ciro, no lo he visto, ha de estar dormido debajo de algún mueble, que gatito tan perezoso
-Si tía, quiero jugar con él
De prisa busca la mascota, para encontrarla sobre un sillón
-Hola gatito, ven, tía Cecilia te quiere ver.
Lo acaricia, el tal Ciro ronronea, entrecierra los ojos y Elenita le pregunta:
-Ciro, minino ¿Cómo te verías sin cola?
Debe verse un poco raro un gato sin cola, pero es cuestión de acostumbrarse.
Lleva a Ciro donde la vieja, las dos pasan la tarde de nuevo solas. Bueno eso no es nuevo, la madre de Elenita murió hace casi un año, pocos días después del cumpleaños de la pequeña. Desde entonces todos los domingos son así.

Un día tía Cecilia le pidió a Elenita que fuera con doña Pascuala, su amiga de toda la vida:
-Hija, ve pronto con Pascuala, dile de mi parte que necesito aceite para muebles, hay que limpiar el piano para ahora que tomes tus lecciones.
-Si tía- la niña obedece
Doña Pascuala la recibe y envía el encargo
-Anda, regresa antes que te atrape la lluvia
-Sí señora Pascuala, muchas gracias.

De regreso se encuentra a Ciro jugando en el jardín y lo llama:
-Gatito, ven aquí
Ciro la ignora
-Vamos, quiero jugar contigo y llevarte dentro antes que llueva
Como buen arrogante el felino no hace caso. Elenita se molesta y lo persigue hasta atraparlo
Te tengo gato mugroso, me las vas a pagar ¡te odio!
Lo lleva al cobertizo, se encierra con él, rápido busca una cuerda y lo ata del cuello, toma un extremo de ésta y la amarra a la perilla de la puerta, entonces tira con fuerza.
-Te dije gato asqueroso, te lo advertí-
Ciro patalea y maúlla desesperado
Hala la soga cada vez más. De repente la suelta y con más fuerza tira de nuevo
-Lo ves gato, aquí se hace lo que yo quiero ¿y sabes qué quiero? Que dejes de fastidiarme.
Ciro se ahoga, echa espuma por la boca, y sí, deja de maullar
Elenita respira agitada, suelta la cuerda, por un momento pensó que el infeliz gato no moriría. Se arregla el pelo, sacude su falda y se acerca a Ciro, le quita la cuerda y la deja donde la tomó, busca las tijeras de podar, se arrodilla a un lado del gatito y le pregunta:
¿Cómo te veras sin cola?

Tía Cecilia espera preocupada a Elenita, mientras ella saca a Ciro del cobertizo y lo deja entre los arbustos para entrar corriendo, al verla la tía se sorprende y le dice:
-Hija, cariño ve cómo llegas, estas empapada
-Sí, tía
-No debí enviarte sola ni acompañada, puedes pescar una gripe anda sube a cambiarte
-Sí tía, tengo frío
-Pobrecita de ti
Así llueve toda la tarde. Durante la cena tía Cecilia pregunta por la mascota:
-Elenita, ¿has visto a Ciro? temo que se haya quedado afuera
-No tía, no lo he visto, estará dormido por ahí
-No lo sé, espero que aparezca pronto.

Llega el día para empezar las clases, la maestra Imelda es de estatura media, su cara es un circulo perfecto, tiene la nariz como enrojecida y con su piel blanca parece tener resfriado perpetuo, acostumbra a parpadear seguido antes de empezar hablar, da la impresión de que piensa bien lo que dice, al ver el piano se sorprende y se acerca tocando la madera diciendo:
-¡Oh, es un Hartheim! Es una joya.
La maestra no disimulaba su admiración hacia el brilloso instrumento, si la intención de tía Cecilia hubiese sido encandilar a la sensible profesora lo habría logrado.
-Así es, perteneció a mi abuelo y lo hizo traer desde Alemania, fue un recorrido largo. Mi padre contaba que el abuelo llegó a decir que no lo vería de nuevo, pero aquí está, esperando que alguien lo haga sonar.
La maestra sonríe, parpadea y se dirige a Elenita:
-Ven, tocaré algo para que poco a poco se eduque tu oído.
Se acerca, mientras la maestra da muestra de su talento, tía Cecilia no cabe de gusto, no puede contener el llanto al pensar en el abuelo que alguna vez y de esa forma tocó el piano.
-Eres inteligente y aprenderás rápido, te felicito-dice la maestra. En verdad te pareces mucho a tu mamá, ella y yo fuimos amigas. ¿Qué edad tienes?
-Cualquiera dice que me parezco a ella, apenas la recuerdo y tengo diez años
-¿Cómo dices? Si ella murió hace casi un año
-No Señorita, ella murió cuando yo nací
-Qué pena, la debes extrañar mucho
-No tanto, apenas si la recuerdo
La maestra toma las palabras de Elenita como de alguien que por no sentir dolor se escuda en amnesia a voluntad.
-Bien, dejemos la clase por ahora, te veré el próximo lunes
-Si claro, gracias señorita Imelda.

Tía Cecilia le comenta a la maestra que en unos días tendrá una fiesta sorpresa para Elenita, por su cumpleaños:
-Imelda, tengo preparada una fiesta para la pequeña y quiero que nos acompañe-
-Encantada Cecilia, estimo mucho a Elenita y me agradará acompañarlas.
-No debe enterarse, será una linda sorpresa, a propósito ¿cómo va en sus clases?
-Más que bien, admito que es muy lista y aprende rápido, lo que he notado es que no le gusta hablar de su madre.
-Si es verdad, será un año que ella murió, Elenita la extraña mucho
-Si, ya lo creo, pobrecilla.


Esa noche en la cena, tía Cecilia le pregunta por la mascota:
-Nena, ¿No has visto a Ciro?
-No tía, no lo he visto
-Este gato cuando no es flojo se vuelve vago

En esos días don Julián el jardinero se encuentra a Ciro, apurado le avisa a tía Cecilia, como es mudo y como siempre con manoteos se hizo entender, la tía llora al ver la mascota
-Don Julián, de seguro lo atacó un perro
-El viejo hace gesto de: “Puede ser”
-No tiene su cola, algún perro debió perseguirlo y alcanzó a morderlo, pobre de Ciro, por favor encárguese de enterrarlo aquí mismo.
-Que sí, decía el mudo moviendo la cabeza
Elenita, después que tía Cecilia le dice lo sucedido sale a ver dónde el jardinero excava
-¡Oh! Pobre Ciro, siento mucha pena por él
.Don Julián hace cara de “Quizá”
Elenita se hace la que llora, eso le es muy fácil
-De seguro algún perro malo se lo quería comer
-El viejo Julián mueve la cabeza diciendo. “No” sin dejar de hacer su trabajo
-¿Entonces? Pregunta mientras se seca las lágrimas con la manga de su blusa
¿Lo atropelló un automóvil?
-De nuevo don Julián dice que no.
-No entiendo, dice Elenita y deja de llorar
Don Julián deja la pala a un lado y antes de echar a Ciro en su tumba, gime, habla con ruidos guturales y para que la pequeña lo entienda mejor la señala con el dedo, como queriendo decir: “Tú”
Elenita se molesta y le grita: ¡Yo nada, viejo sin lengua!
Y corriendo sube a su habitación
Después de enterrar a Ciro, don Julián avisa a tía Cecilia, quien le pide un favor:
-Tenga listas las lámparas de queroseno, en estos tiempos de lluvia no faltan los apagones.
El jardinero decía sí, moviendo la cabeza
-De paso don Julián, deje una en mi recámara sobre el buró
Él seguía diciendo que sí
Y así, toda esa tarde y noche llovió, tía Cecilia antes de irse a la cama aseguraba las puertas con llave y guardaba su llavero en un cajón del ropero.
Elenita no duerme, siente coraje hacia el pobre viejo Julián ¿Cómo sabe que ella mató a Ciro? No, no lo sabe, nadie la vio. Seguro el anciano sólo lo supone.

Al día siguiente mientras Elenita toma su clase, tía Cecilia va de compras por lo que falta para la fiesta y regresa justo para despedir a la maestra.
Elenita se encierra en su habitación después de cenar, donde apenas habló.

Y como dije antes, tía Cecilia asegura las puertas, las ventanas y guarda el llavero donde siempre, se dispone a leer un libro que nunca termina cuando en eso se corta la energía:
-¡Ay Dios! Estos aguaceros hacen la vida más inútil –habla en voz baja.
-Si llueve no se puede salir a la calle y si continúa la lluvia se corta la luz
Enciende la lámpara y sigue su lectura. Quien sabe desde cuando empezó ese viejo libro. A ratos cabecea y medio lee un renglón hasta que el sueño la vence.
Elenita no duerme. Se levanta de la cama y busca en su ropero la lata de aceite para muebles, la toma y baja a la cocina, busca un cuchillo de buen tamaño. Se sienta al principio de la escalera y con un trozo de tela empieza a cubrir el primer escalón, deja pasar uno y cubre el tercero, así hasta arriba, un escalón si y otro no. No le cuesta trabajo la oscuridad, esta acostumbrada a deambular. Por fin termina y se queda sentada en el suelo sobre sus piernas, tararea una canción, de pronto guarda silencio, aún con el chubasco escucha como ronca tía Cecilia, se levanta y va a la habitación.
Dentro observa como duerme la vieja tía, le quita de las manos el libro y le habla:
-Así te vas a quedar, siempre dormida.
En eso tía Cecilia medio despierta y medio habla
-¿Elenita, que haces despierta?
-¿Qué te importa vieja Cecilia?
Toma el cuchillo con sus dos manos y lo clava en el hombro derecho de la tía, que por el dolor se lleva la mano donde ya le brota sangre.
-¿Qué haces?
-¡Sólo quiero que sigas dormida anciana!
-¡Elenita por favor!
La pequeña con más fuerza acierta el metal justo en la garganta y lo repite una, dos veces más.
-¡Te odio a ti y a mi mamá por no recordar mi cumpleaños!
Sabiendo que tía Cecilia ya no se movía, arroja sobre ella la lámpara, espera un rato para asegurarse que toda la cama sea sólo fuego, entonces se asusta, grita y corre hacia la escalera, se detiene de golpe, recuerda que cubrió los escalones con aceite, no sabe cual sí, cuál no.Se desliza por el pasamanos, corre a la puerta, esta cerrada. Voltea a todos lados, grita, deshace con desesperación sus trenzas, grita de nuevo. Todo el segundo piso arde, se le ocurre romper las ventanas y pide ayuda.

De la casona poco quedó. La mayoría se volvió ceniza, la tía, el viejo Hartheim. Los vecinos salvaron a Elenita, quien dijo que el humo y los gritos de tía Cecilia la habían despertado, que corrió a buscarla, y le dijo gritando:
-¡Elenita corre, sálvate!
Doña Pascuala sintió pena por ella y decidió llevarla a su casa.

-Elenita, hoy por ser tu cumpleaños comeremos fuera
-Gracias Señora Pascuala-
-Sabes, tu tía Cecilia tenìa preparada una fiesta sorpresa, pero todo salió mal, ven tomemos un poco de sol mientras le damos de comer a los canarios ¿Te gustan, verdad que son lindos?
-Si señora Pascuala, son lindos, me encantan.

Fin






1 comentario:

Unknown dijo...

esa niña llevaba ese coraje dentro, me pregunto que sera de la tia pascuala?